martes, 8 de mayo de 2012

III. EL SUMO SACERDOTE DEL NUEVO CULTO EFICAZ. 5,11-6,20.

11De eso nos queda mucho por decir y es difícil explicarlo, porque os habéis vuelto indolentes para escuchar. 12Cierto, con el tiempo que lleváis deberíais ser ya maestros, y, en cambio, necesitáis que os enseñen de nuevo los rudimentos de los primeros oráculos de Dios; habéis vuelto a necesitar leche, en vez de alimento sólido; 13y, claro, los que toman leche están faltos de juicio moral, porque son niños. 14El alimento sólido es propio de adultos, que con la práctica tienen una sensibilidad entrenada en distinguir lo bueno de lo malo.
6               1Por eso prescindamos ya de los prolegómenos al Mesías y vamos a lo adulto, sin echar más cimientos de conversión de las obras muertas y fe en Dios, 2de enseñanza sobre abluciones e imposición de manos, resurrección de muertos y juicio final. 3Esto precisamente vamos a hacer, si Dios lo permite.
                   4Pues para los que fueron iluminados una vez, han saboreado el don celeste y participado del Espíritu Santo, 5han saboreado la palabra favorable de Dios y los dinamismos de la edad futura, 6si apostatan es imposible otra renovación, volviendo a crucificar, para que se arrepientan ellos, al Hijo de Dios, es decir, exponiéndolo al escarnio. 7Además, cuando una tierra se embebe de las lluvias frecuentes y producen plantas útiles para los que la labran, está participando de una bendición de Dios, 8pero si da espinas y cardos, es tierra de desecho a un paso de la maldición, y acabará quemada.
                  9Aunque hablamos así, amigos míos, en vuestro caso estamos ciertos de lo mejor y de lo conducente a la salvación. 10Porque Dios no es injusto, para olvidarse de vuestro trabajo ni del amor que le habéis mostrado prestando servicio a los consagrados como hacéis todavía. 11Desearíamos, sin embargo, que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad, 12que no seáis indolentes, sino que imitéis a los que por la fe y la paciencia van heredando las promesas.
                13Porque cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, como no tenía a nadie superior a él por quien jurar, juró por sí mismo 14diciendo: "Te bendeciré copiosamente y te multiplicaré sin medida" (Gn 22,16). 15Y así Abrahán, aguardando con paciencia, obtuvo la promesa. 16Los hombres juran por uno superior a ellos, y el juramento, dando garantías, pone fin a todo litigio, 17y como Dios quería demostrar perentoriamente a los herederos de la promesa lo irrevocable de su decisión, interpuso un juramento. 18Así, dos actos irrevocables, en los que es imposible que Dios mienta, nos dan brío y ánimo a nosotros lo que buscamos asilo asiéndonos a la esperanza que tenemos delante; 19ésta es para nosotros como un ancla de la existencia, sólida y firme, que entra además hasta el otro lado de la cortina, 20hasta el lugar donde como precursor entró por nosotros Jesús, hecho sumo sacerdote perpetuo en la línea de Melquisedec (Sal 110,4).

EXPLICACIÓN.

5,11-6,20.    Preámbulo exhortatorio de la parte central del escrito (5,11-10,39). Difícil: el sentido profundo de la Escritura sólo es accesible a los que tienen deseo de aprender, y los destinatarios no lo tienen (11). Reproche: están cansados, desanimados, inseguros, no distinguen lo válido de lo nocivo. Han vuelto a los comienzos (12-14).

                   El autor se propone explicarles lo más importante del cristianismo dejándose de niñerías que pertenecían al Antiguo Testamento, etapa infantil de la humanidad (6,1-3).

                  Antes han tenido una auténtica experiencia cristiana, pero han decaído (4-5). La situación de los destinatarios es peligrosa, porque si la muerte del Hijo de Dios, que no puede repetirse, no les basta para una conversión firme, no tienen remedio, pues no quedan más Mesías que puedan morir por ellos para convertirlos (4-6). La calidad de la tierra se conoce por el fruto que da en circunstancias favorables; el buen fruto demuestra la existencia de una comunicación divina; el malo (Gn 3,18) demuestra la resistencia a Dios y excluye de la vida (7-8).

                El autor mitiga la dureza de su exposición anterior. Conociendo el amor y la fidelidad de Dios, no desespera de su situación, cree que están en la primera alternativa, la de una tierra que da buen fruto, dada su conducta cristiana en el pasado y aun en el presente. Sin embargo, los exhorta a la constancia hasta el final, como ven en cristianos ejemplares (9-12).


              La promesa de Dios es segura e inmutable, pero, como ocurrió en el caso de Abrahán (Gn 22,16s), hay que aguardar su cumplimiento. La esperanza creada por la promesa es el norte de la vida, por estar anclada en la realidad futura; la esperanza es Jesús mismo, que entró hasta la presencia de Dios (13-19). Recoge el tema del sacerdocio en la línea de Melquisedec, que será desarrollado a continuación (20).

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