Muchos son los
aspectos teológicos de Heb; nos detendremos en los que parecen más importantes.
En primer lugar, Heb es el
único escrito del NT que interpreta la obra de Jesús en términos de sacerdocio.
La predicación apostólica había llamado a Jesús Mesías (Hch 2,36) y profeta
(Hch 3,22), pero sólo Heb lo llama sacerdote o "sumo sacerdote" (5,6;
7,3; 2,17; 3,1, etc.).
Este sacerdocio rompe todos los
moldes de la tradición anterior; en primer lugar, no pertenece a una casta,
pues Jesús en su sociedad era un seglar (7,13-14); en segundo lugar, no se le
confiere con ritos, sino por la aceptación activa de su destino trágico en bien
de la humanidad (5,7-10); finalmente, su fidelidad a Dios no le exige nunca
romper con los hombres, como sucedía en el AT (Éx 32,26-29; Nm 25,1.6-15; Eclo
45,23-26).
El nuevo sacerdote es único, por no estar ya sujeto a la muerte
(7,23-24). Su sacrificio fue también único y de eficacia perpetua (7,25.27).
La consagración sacerdotal de
Cristo consistió en la transformación íntima de su humanidad; ésta, libre de
pecado, pero sujeta a las consecuencias del pecado de la raza humana, alcanzó
la perfección consumada al aceptar la propia existencia, con su dolor y su
tragedia, y ofrecerla a Dios, transformando la naturaleza humana de rebelde en
obediente (5.7-10).
El autor utiliza, pues, un sistema
simbólico antiguo, el del sacrificio-sacerdocio, para expresar una realidad
puramente existencial. Jesús había muerto como un criminal político, eliminado
de su sociedad (13,12); nada había en esto que sugiriese la idea de ofrenda a
Dios. El sacrificio antiguo era una acción sacra ejecutada conforme a rituales
precisos y siempre en el recinto de un templo. Nada de eso se verificó en la
muerte de Jesús. Con esto muestra el autor que el culto a Dios es la vida
misma, que todo el conato religioso de la humanidad, en particular del pueblo
judío, era inútil, pues no lograba limpiar al hombre de sus pecados; y además,
que el modo de agradar a Dios no son los ritos religiosos, sino la
identificación con su designio, que se manifiesta en la entrega por amor hasta
la muerte, a ejemplo de Jesús (10,1-10).
La formulación simbólica de Heb no
es primitiva en el NT. El autor toma dos frases de la profesión de fe
bautismal: "murió por nuestros pecados..., resucitó al tercer día"
(cf. 1 Cor 15,3) y las desarrolla según un sistema simbólico inspirado en los
ritos judíos de la fiesta de la Expiación:
SUMO SACERDOTE.
JESUCRISTO.
a) Entra una vez al
año. a) Entra una sola vez..........¡
b) con sangre de
animales b) con su propia sangre......¡ MURIÓ.
c) en el santuario
terrestre c) en el santuario celeste....¡
(su humanidad resucita- ¡
da)..............................¡
d) a la presencia de
Dios d) a la presencia de Dios....¡
RESUCITÓ.
e) para obtener el
perdón. e) y asegura el perdón in- ¡
tercediendo
por los ¡
hombres.........................¡
f) Cumpliendo el
rito, sale. f) Se sienta a la derecha ¡
de Dios..........................¡
El autor puede utilizar esta
simbología porque en su sociedad el sacerdocio y el sacrificio eran realidades
cotidianas, lo mismo en la institución judía que en las religiones paganas;
para sus lectores era perfectamente inteligible, pero quizá no tanto para los
de nuestro tiempo. Las prácticas sacrificales antiguas son completamente ajenas
a nuestra cultura; para muchos, además, aparecen como un soborno a la divinidad
o asociadas con la magia.
Consecuencia de la tesis central
del escrito es que las instituciones religiosas eran fundamentalmente
ineficaces por su inevitable formalismo; en vez de contribuir a la
transformación interna del hombre, creaban sólo una religiosidad sociológica;
sus prescripciones y prohibiciones mantenían una protección exterior, pero no
ponían remedio al pecado. Su utilidad era provisional, perteneciendo a la menor
edad del género humano (cf. Gál 4,1-5).
El culto cristiano, por el
contrario, no es ritual, sino existencial, como el sacrificio de Jesús, con un
dinamismo interno dado por Dios (8,10; 10,15-18) y una expresión externa en la
existencia misma, en la profesión de la fe y en la práctica del amor fraterno
(13,15-16); coincide con Pablo (Rom 12,1-2) y recuerda el culto "con
Espíritu y lealtad" de Juan (Jn 4,23-24).
Toda reglamentación obligatoria y
exclusiva lleva consigo la renuncia al universalismo, como sucedía a Israel,
que buscaba su identidad en su detallada regla de vida y en los tabúes
alimenticios. Los cristianos comprendieron que con la muerte de Jesús había
caído "la barrera divisoria" (Ef 2,14-15; Gál 3,28; Col 2,14; 3,11).
Para Heb todo eso no eran más que sombras y figuras de lo que había de venir
(10,1) e insiste sobre su ineficacia e inutilidad (7,18; 10,4), usando siempre
"Ley" en sentido peyorativo, excepto en las citas de los profetas.
Heb, por tanto, profesa el principio,
claramente establecido por Pablo, de la abolición de la Ley mosaica, y lo
extiende a toda la religiosidad antigua, basada en ritos exteriores y en
prescripciones alimentarias (9,10).
Es digna de atención la importancia
que atribuye Heb a los sufrimientos terrestres de Jesús (2,10). Dios, que educa
por medio del sufrimiento (12,5-11), trató igual a su mismo Hijo (5,8-9). Esta
idea no es paulina y cuando aparece en el NT no se aplica a Cristo (Sant 1,2-4;
Rom 5,3-4). Significa una vuelta a los principios sapienciales del AT, que
hacen de Dios un educador del pueblo y del individuo (Prov 3,11-12; Hch
12,5-6).
En Heb, Jesús se somete al destino
común de la humanidad, para que los hombres puedan seguir confiadamente sus pasos.
Su obediencia no se contrapone a la desobediencia de Adán (Rom 5,12-20), no es
un tajo que hiende la continuidad de la rebeldía, sino un aprendizaje. Así
aparece también como modelo de nuestra fe (12,2).
Esta doctrina de Heb no puede separarse
del resto del NT, para no reducir a Jesús al ejemplo sublime del hombre que
soporta la injusticia, y la cruz a una pedagogía de Dios que nos anima a
soportar nuestros dolores por lo mucho que él sufrió. La cruz podrá ser eso,
pero es también mucho más: es la revelación del amor invencible e incondicional
de Dios a la humanidad y la inauguración de una humanidad nueva condenando el
orden de cosas existentes, el ofrecimiento gratuito de la reconciliación con
Dios para la que no bastaba ninguna práctica religiosa ni ejercicio del bien.
Si Jesús es modelo, es ante todo el Salvador.
Terminada la época de los
ritualismos, la vida del cristiano es un camino hacia la ciudad que Dios ha
preparado (11,16) con gran conciencia de responsabilidad, más que el antiguo
Israel (2,2-3; 10,26-31): el presente es ya un tiempo de salvación (3,6; 4,16;
6,4-5.11.18-19; 7,19.25). El pecado irremisible es el de apostasía, es decir,
el desprecio directo de la única salvación existente (6,4-6; 12,16-17), los
demás pecados no preocupan al autor, los perdona la intercesión de Cristo
(7,25; cf. 2,17). El autor no exhorta a la conversión, pues el cristiano se ha
convertido de una vez para siempre (6,1), sino a la constancia (10,36; 12,1), a
mantener la confianza y la esperanza (3,6.14; 6,11; 10,23.35).
Sumamente interesante el comentario sobre la "carta" a los hebreos. ¿Cómo se puede ver dentro del conjunto total del escrito, en particular el cap. 11?
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